Para Alberto Valcárcel,
por esas tardes de invierno
de amistad y poesía.
PALAMEDES A LAS PUERTAS DEL OLIMPO
¿Justicia llamáis ¡oh! Dioses,
a aquella infame calumnia
que me privó de disfrutar
la gloria helénica en la
devastada Troya?
De esplendor y aureola
coroné a la patria
por la que luché
con prodigiosa entrega,
en tanto, aquel cobarde,
infame laertiada,
lanzó sobre mi honor
su vil ponzoña.
¿Cuáles fueron sus hazañas?
Esconder su cobardía tras
fingida insania
sembrando sal en una playa,
jugar con desventaja y deformar
verdades; hurgar viles mentiras
basado en su astucia redomada
en mi honorable nombre.
Que el sino indetenible
recoja mis despojos
y eleve hacia los cielos
la rogada gloria que me debe.
LAMENTO DE EURÍDICE
Hombre necio, desconfiado.
tus dudas me devuelven
a las sombras.
¡De que sirvió tu canto,
la dulce aureola de tu voz!
Que tu lira te consuele
en las noches de tristeza;
yo en la inmensa soledad
de mi dolor he de sufrir
mi dura pena.
DE ESPALDA HACIA LOS DIOSES
AYAX:
¿Qué es la gloria, ¡Oh!, dioses, de quienes
siempre rechacé vuestra ayuda?
Vuestro silencio incita
a que rompa mi silencio.
Yo, Áyax Telamón, hijo de Telamón de
Egina y Peribea, que vi en la cruenta guerra
tantos hombres sucumbir,
no os maldigo, porque mi naturaleza
no cobija el odio que corroe a los corazones
pequeños.
Escuchad, coro de ancianos:
en la atroz tormenta de mis
adversidades no sucumbí
a los favores de los dioses.
La gloria que brotó de la ignominia
sabe bien del pecho que cobija.
La pasión que la gloria despierta
es más firme que vuestra vejez.
La gloria que enceguece,
la gloria que fascina,
cubierta está de sangre,
bañada está de ayes.
Bebed, dioses inmortales, de ella;
ciudad de no derramar
el almo púrpura brotado de las venas.
Decidme, dioses:
¿Acaso las hazañas trastocadas
en laureles a costa de la sangre
de inocentes no es la gloria
que ha perdido su bravura,
que ha perdido su altivez?
CORO:
Calmad tu furia, Telamón.
Semejante al Pelida fuiste en Troya,
en la fuerza y el valor.
Al verte tan cercano, qué Troyano
no sintió en el cuerpo el frío de la muerte.
Hombres y caballos sucumbieron
a tu paso cual las hierbas
arrancadas por los cascos
de corceles en tropel.
Ni doce bueyes ayuntados cargarían
las rocas que tus brazos elevaron
lapidando a los teucros por doquier.
Morir con una flor entre los brazos
es calmar en algo la furia de los dioses.
TELAMÓN:
¿Una flor?
Una flor sobre una tumba
no es más que la sombra
de una gloria tardía
que busca acallar una injusticia.
¡Oh, envidia! ¡Oh, mentira!
Lisonjero engaño
que enlodó en la guerra
a tanta gente honrada.
CORO:
Tu arrogancia nubla tu razón.
Los dioses aman a los humildes
y odian a los soberbios.
TELAMÓN:
El invierno cargado de tinieblas
da paso al verano coronado
de trinos y de flores.
Ya me voy. Entre el mar y el cielo
tronará mi voz como un pañuelo
que se agita eternamente.
La muerte sembrará sobre mi frente
el fuego eterno del valor que demostré
en paz o guerra,
sin esperar de nadie
el fatuo aliento que el tiempo
lleva en fugaz vuelo.
LA PIEDAD DE ZEUS
QUIRÓN:
Yo desciendo del lujurioso Cronos
y de la oceánide Fílira.
De mi padre sólo tengo la apariencia;
de mi madre, un nebuloso recuerdo.
Soy afable con los humanos,
sabio, caballeroso,
tan distintos de mis salvajes
e indómitos hermanos.
¿A cuántos instruí en el arte de
la música?... no lo sé.
¿A cuántos preparé en los afanes
de la guerra?... no lo sé.
¿Con cuántos escalé la dura roca
en busca de la cima que flirtea
con las nubes?... no lo sé.
¿A cuántos adiestré en la danza
dulce y grácil?... no lo sé.
Acteón , Peleo…
Jasón, Eneas…
Aquiles y Medeo…
y tú, Asdepio…
¿Habéis olvidado acaso a este viejo
maestro que yace herido en la gruta
en que ha nacido?
¡Oh! Divino Heracles,
amado amigo entre los hombres,
qué enemigo de enemigos
tendió tu brazo y lanzó la flecha
ponzoñosa que infecto mi muslo,
qué fuerzas tan extrañas
me sacaron del cubil
donde yacía mi vejez
en la paz y en las sombras.
¡Oh! Glorioso Heracles
de ti libre de toda culpa,
a ti te eximo de mi
muerte pronta,
yo te exonero de este
hecho incomprensible,
y que mi vida cual impronta
grabada quede en la memoria
de los hombres que me amaron.
HERACLES:
Noble anciano,
sé que tus palaras brotan
del amor por el amigo;
consuelo fue tu vida a
mis desvelos, calor
en las heladas,
el hierro que detiene
las barcazas cuando
tuve que batirme en
tempestades.
¿Olvidar me pides
al venablo que guiado
por el ímpetu iracundo
de mi espíritu rebelde
trunco tu vida?
No, gracias.
¿Que cierre los ojos al
destino mientras yaces
en salones de inframundo?
No, gracias.
La inocencia no media
la tristeza de aquel que
ha herido al amigo,
aun cuando no ha habido
malas intenciones en su acción.
Caiga sobre mí, la furia de los dioses.
Que se me castigue aun sin culpa,
pues, no hay dolor que iguale a éste
en que mi corazón yace perdido
en la penumbra.
TELAMÓN
En
el temerario juego de la Muerte,
Telamón
mostrose victorioso.
Enfrentó
al Olimpo sin que
prime
una batalla.
“Hay quienes quieren alcanzar
la gloria con ayuda de los dioses,
yo voy a alcanzarla solo”,
sentenció
a oídos de su padre.
Más
Troyas derribó la soberbia
que
la espada.
La
noche se llevó su carne,
sus
huesos, su feroz aliento.
Quedó
sobre la tierra el valor
que
a tantos griegos les faltó
a
la hora de la muerte. Retó
a
los dioses y los dioses
lo
jugaron a la suerte.
Su
brazo lapidario como una catapulta
arrancó
de las torres las almenas
y
hombres y caballos sucumbieron
como
espinos arrancados de la tierra
por
la ira de un río de rocas
desbordado.
Desdeñó
a los poderosos con la vanidad con
que
el arado desprecia a su paso los guijarros.
Arrancó
de su escudo la hierática lechuza
de
Palas Atenea. Pagó, vano pecado,
con
la privación de su cordura.
Los
llantos de Tecmesa no detienen la espada
que
desgarra piel, carne, entrañas.
Sus
últimos momentos reflejan a un gigante
en
la fuerza y el orgullo “Estas son las
últimas
palabras que Áyax os dirige, el
resto lo diré en
los infiernos”.
CUEVA DEL LOBO
Mi vida
es una isla en medio
de un mundo indiferente,
son mis libros
que cubren los espacios
con voces de otros tiempos,
son las palabras
en hojas que amarillan
día a día,
son las polonesas de Chopin,
los valses de Strauss que
llenan mis mañanas y mis noches.
Son los pasos de Milagros al
son de su alegría juvenil
al son de sus reproches,
-
cándidos y
suaves –
como olas que se espuman
en mis horas tristes.
EXTRAMUROS
Poesía, eres callada como el
canto de amor que nunca llega.
ALBERTO VALCÁRCEL.
Hay
en la casa
de mi soledad
una puerta que podría abrir
cualquier mañana,
cualquier tarde,
cualquier noche,
cualquier día,
para que entre
el verano, el cotilleo,
las últimas noticias
que hacen que la vida
de la gente sea menos árida,
menos aburrida, la razón de
su existencia.
Yo prefiero permanecer
en mi cama, enfermo,
esperando que la vida
me devuelva el alma al cuerpo.
TESTAMENTO NOCTURNO
La herencia que te dejaré
cuando me vaya
cabe toda en estos versos.
Un amor perdido,
una infancia bañada
en luz de cielo,
una foto de mi madre
al pie de un río,
los zapatos que mi padre
olvido una mañana de tristeza,
una habitación oscura
y silenciosa,
la voz de un hombre
que pasa, sin dejar de pasar
y sin pasar por la penumbra.
HUMANAS
CERTEZAS
Sé que mi voz ha de apagarse un día
como hoy,
como mañana, como ayer,
y no ser carne ni hueso corroído
del presente o del pasado,
de aquellos por mí amados
de aquellos que he querido.
Sé que navego en la certeza
de estar mañana muerto,
aun cuando conservo en el silencio
la fuerza de la duda que corroe
la fe y el leve pensamiento…
¿Sabes a dónde vamos?
Enigma eterno y misterioso
de ver entre tinieblas cielo azul
o ver entre las llamas rojo infierno.
¡ah! la dulce paz que trae la muerte,
mala compañera, vieja amiga de engañosos fines,
sutil veneno en la aureola de la vida,
siempre furtiva, siempre puntual,
aromando el aire de robles y jazmines.
LA ESFINGE
Cansada estaba ya de los caminos,
de los audaces viajeros, de sus respuestas
insensatas, del cúmulo de huesos
roídos por el tiempo, del polvo que los
vientos elevaban en grandes turbulencias.
Herida de amor, yo no quería
esos tormentos que los hombres
parecen revivir día tras día.
Entonces decidí, amarga y fuerte,
dejar atrás el voto de los dioses
y abrir mi corazón a mejor suerte.
Es el amor, triste camino
por donde van los hombres
llevando a cuestas su destino,
y en la memoria plena, triviales
sueños propio de mortales.
EGISTO
¡Oh alegre luz del día de la venganza!
¡ahora ya puedo decir que hay dioses
vengadores que desde lo alto
echan una mirada acá, a la tierra,
sobre los crímenes de los mortales!
ORESTIADA
Hijo del abandono,
entre leche de cabra
y crímenes impunes,
creció en mi corazón
un odio animal
hacia mi sangre
transformada en ambición.
¿Qué crece en la cuna
donde impera el mal,
la codicia, la venganza,
la muerte hecha canción?
¡Oh destino cruel
que acechas a los hombres
con sigilo y sin piedad.
Muerte di, muerte recibí.
Y hoy antes los dioses,
purgo mis pecados
sin aflicción alguna.
Ven a mí, soberbia,
aunque la muerte
calcine mis huesos
y
corrompa mi carne.
NARCISOS
Los ojos del niño lo vieron
brotar de la tierra: tierno,
verde, temeroso del mundo nuevo
que se mostraba a sus débiles
hojuelas… largas y estrechas.
(oh, flores solitarias y fragantes,
campanas o trompetas…
tañen las praderas,
bocinan las montañas)
Desde esa luz se contemplaron
como Narciso y el lago
con su sol y su luna,
el silencio atestiguó
el pasar de los días,
el pasar de los años.
El niño limpió las hojas,
bebió la sabia, engulló los frutos
con fruición: entonces fueron agua,
ojos, reflejo, visión, éxtasis supremos
de dos seres que se amaban.
NESO
¡Oh
venganza!
¡Qué! ¡Pero
qué asno soy! Pues sí que es bravo
que el hijo
de tal padre asesinado,
que
infierno y cielo a la venganza lanzan
como una
puta esté despotricando,
el pecho,
con palabras descargando,
y echando
maldiciones
como ramera
o macho de burdel…
Hámlet II, 2
¿Venganza o deseo?,
he ahí el dilema.
En el horizonte cercano
divisé su gran figura:
duro como el roble,
ágil como el gamo,
raudo como la reposa
que huye de la jauría
yo, Neso, orgullo de los
hipántropos que corren
como el viento por
estepas y llanuras,
por bosques y planicies,
entre la piedra rocosa
que trituran los cascos
de un Zeus poderoso
e invencible, humillado
fui por aquel a quien agasajó
el desdichado Folo.
Bebí la hiel de los vencidos,
mordí la tierra del herido
y salí de Arcadia y me
establecí en Etoila.
¡Oh , dioses! Que tramáis
desdichas a mortales…
he jurado mi venganza
y ella a mi corazón
llega como lanza que al pecho hiere.
¡Ven a mí, Heracles, ven a mí!
Pon sobre mis brazos
a tan frágil criatura,
que yo sabré salvaguardar
su delicado cuerpo
de las aguas que corren,
de las aguas que humedecen
valles y praderas,
bajo el lampo celestial
del viejo y sabio Zeus.
En este loco vaivén
sobre el Eveno,
transcurren mis días
y mis noches;
solo el viento,
el titilar de las estrellas,
el ulular de las lechuzas,
el bramido de los grillos,
dan consuelo a mi desdicha.
¡Oh, maligno, hijo de Alcmena!…
¿Hay mayor desgracia que el destierro?
Ni la muerte, calma el dolor
que sangra entre la carne,
el dolor que roe hasta los huesos.
Ven a mí, infeliz muchacha,
en ti he de saciar esta venganza
hecha lujuria, en tu piel has de sentir
el ardor de mi ponzoña.
¡Oh, gritos! ¡Oh, ayes lastimeros!
Adornad cual jacintos
la tumba celestial
de este infeliz que sangra
y va camino hacia el Infierno.
Muero, sí, muero. ¡Oh, desdichado
Neso!, dejad correr la sangre
de este pecho hinchado
que bañará la túnica
de tu asesino, para
que no haya peplo
que separe el amor
de esta guerrera
de
mi noble enemigo.
EXTRAÑA CRIATURA
Cuando el hombre entró a la
habitación llevando un candil en la mano y una borrachera descomunal, la
muchachita que yacía en el lecho, somnolienta aún, vio la luz como si fuera una
paloma incandescente y quedó enceguecida por unos instantes. Se hallaba tan
agotada por la jornada del día que el cuerpo desnudo del marido y su fogosidad
pasaron casi inadvertidas por su delicada piel. El ataque fue tan rápido como
la hinchazón que las vecinas calificaron de deshonrosa, puesto que recién,
después del embarazo, se fueron a vivir juntos. Para felicidad de la madre el
niño nació sano. Él prometió que no volvería a beber. Todo marchó bien, como en
cualquier hogar donde reina el amor, la paz y la armonía. Cuando la madre vio
al hijo retornado de quien sabe qué lares misteriosos, predicando por caminos
polvorientos que su padre no era de este mundo y que su reino estaba en los
cielos, cayó en la cuenta de que a la larga el niño había nacido con algún
defecto en la cabeza. Nunca le perdonó al marido la irrupción violenta de
aquella noche de ángeles, Espíritu Santos y maternidades sobrenaturales.
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